Vivir para entender
Me he dado cuenta de que aunque para otras cosas he sido siempre muy crédula, para esto de la maternidad me ha hecho falta vivir para entender. Y ahora que he vivido unas cuantas cosas en estos ya casi cuatro años de maternidad (más de cinco si contamos desde que empezó mi búsqueda del primer embarazo) miro para atrás y me sorprendo por pensamientos que he tenido, de las opiniones tan tajantes que tenía y comprendo cosas que antes me costaba entender.
Podría poner miles de ejemplos, desde los más insignificantes hasta temas más interesantes (y que incendian la red) como la lactancia o el colecho. En cierto modo, siento que he hecho un camino de idea y vuelta, es decir, desde no tener ni idea de nada hasta empaparme tanto que no veía más allá y vuelta al sólo sé que no se nada. Sobre todo en los últimos años, en los que he tratado diariamente con madres, y más aún ahora con la tienda, donde de una manera u otra constántemente salen conversaciones sobre miedos, dudas, preocupaciones de todo tipo, dificultades en la crianza… me doy cuenta de lo complicado que es el ser humano y lo difícil que resulta muchas veces la maternidad. Si en pocas cosas hay un camino definido, en este menos aún.
Me viene a la cabeza a menudo algo que hice, muy mal hecho, hace por lo menos diez o doce años, quizá más. Por aquel entonces, aunque ya tenía ganas de ser madre, tenía la creencia de que lo normal eran los niños-seta que permanecían durante horas impasibles en sus carritos mirando al vacío. Todo lo que se saliera de aquello me molestaba y no lo disimulaba. Una tarde en Zara, en aquellos primeros Zaras que pusieron en Madrid tan diferentes a los de ahora, un niño de la edad de mi hijo mayor vino a parar a mis pies. El niño había descubierto que el suelo pulido resbalaba y estaba entreteniéndose mientras la madre trataba de coger algo de ropa. No sólo fulminé a la madre y al niño con la mirada, sino que les dije algo bastante desagradable. No recuerdo qué fue lo que les dije, juraría que algo de niño-mopa, pero es lo de menos. Lo peor es que recuerdo como si fuera ayer la cara que puso la madre. La hice sentir muy mal. Muy muy mal.
Como creo que el karma siempre vuelve, ni qué decir tiene que el tiempo me obsequió con dos churumbeles a cada cual más movidos y menos tolerantes para las tiendas. Con decir que mi mayor hasta hace nada era ver una tienda de ropa y darle un perraque en la misma puerta (puede que fuera el ambientador ese tan fuerte que ponen) creo que puedo dar por cumplida mi condena por adolescente tocapelotas. Esa madre, hoy día, bien podría ser yo.
En realidad, no necesito remontarme tan lejos. Cuando nació mi hijo mayor, estaba tan tan taaaaaan feliz y llena de energía, tan colmada con mi bebé, que pensar en la crianza de un niño de más de un año me parecía algo tremendamente lejano. Las vicisitudes de la vida diaria de una mamá de un niño de tres, cuatro, cinco años, (no digamos ya de más) eran algo que no iba conmigo y aunque lo respetaba, no lo comprendía. De alguna manera, seguía teniendo ideas pre-concebidas sobre lo que podría ser aquello.
¿Cuántas veces se me llenó la boca diciendo yo no, uy nunca nunca, seguro que nosotros no… y similares? Pues por casi todos estos pensamientos o afirmaciones he recibido mi correspondiente zas en toda la boca. Y bien merecido.
No es que ahora me vaya a abonar al relativismo moral, ni mucho menos. Sigo pensando que no todo vale. La diferencia es que ahora veo claro que cada cual tenemos nuestras circunstancias, a veces muy muy distintas, y eso explica los caminos tan dispares que tomamos. Que podemos tomar un camino, luego otro, arrepentirnos y volver sobre nuestros pasos, volver a equivocarnos y dar mil vueltas hasta encauzarnos como queremos. ¡Y a eso se le llama vivir!.
Ahora acepto que desconozco qué sucederá mañana y acojo ese futuro expectante y con la mente muy abierta. Me parece apasionante.
Vivir para contarla, como dice mi admiradísimo García Márquez.
Te doy toda la razón amiga. Yo también tenía bastantes ideas preconcebidas. Es más, yo era muy intolerante con los niños. Así que me han tocado tres diablillas, a cual más movida, a cual más cabezona y alguna bastante desafiante. Y me toca aprender día a día, porque la mayor ya cumple 7 años y es un mundo aparte, las mellizas no se crían igual que los nacidos solos, y encima estas tampoco cumplen demasiado con los patrones que leo de mellizos.
Ahora me toca ver, valorar e intentar hacer lo correcto en cada situación. He tenido que retroceder mil veces, y lo que me ha servido con una no me sirve para nada con otra. Cada niña es un mundo distinto y toca aprender de cada una de ellas.
Besos enormes mi niña
Es que tu, además, estás ya en otra fase, ¡y con tres! Eres mi ídolo jaja Besos.
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Muchas veces a lo largo de este camino me he comido con patatas mis opiniones anteriores, jejejeje…
Es lo que tiene ponerse al otro lado.
Un besote!
Exacto! Besos.
Totalmente de acuerdo contigo. Siempre he intentado no tener esas ideas preconcebidas, pero a veces es inevitable. Ahora, con más de un cambio de opinión respecto a la crianza, me molesta lo indecible cuando alguien te dice «Uy, pues si no le haces x, luego va a ser imposible que haga Y»… me da igual si es con la comida, la educación, la forma de dormir…. Mi forma de educar es la que me va saliendo, en función de las circunstancias que rodean a mi familia, y es diferente a la de los demás. El otro día mi cuñada, embarazada de cinco meses, hacía uno de esos comentarios. Mi respuesta fue tajante… dentro de unos meses me lo cuentas otra vez.
Un saludo y me encanta sigas escribiendo de vez en cuando
Ay!! Sí, que nos lo cuente dentro de un año! jaja Besos.
Es un post precioso, lleno de mucha humildad y sabiduría. Me encanta cómo has aprendido a reinventarte para disfrutar del regalo de la maternidad y de la vida.
Un abrazo.
Gracias guapa 🙂
Llevo unas semanas dándole vueltas a prejuicios que me hicieron decir o hacer cosas que ahora critico en otras. Me daba cosa ponerlo en el blog pero ahora veo que un acto público de contricción es lo más adecuado. Así veremos que todas nos equivocamos y que la maternidad nos cambia.
Creo que no hace falta fustigarse, ¡demasiado a menudo somos muy injustas con nosotras mismas!. Nadie nace enseñado, y menos en la maternidad. Está bien evolucionar, creo que es sano cambiar de opinión, lo bueno es mirar hacia atrás y sentir que se ha mejorado, ¿no te parece?.
No, claro, no es cuestión de castigarse. Lo bueno de esta vida es que cambiamos, ¡qué aburrida sería si no! Pero también hay que reconocer los errores para saber dónde estábamos y dónde estamos.
Será que las hormonas del embarazo me estan dejando muy sensiblona, pero últimamente cada vez que te leo me da por llorar.
Me ha enca.tado la entrada. Para mi los niños de los demás eran seres casi repelentes, y los mios por supuesto jamas serian asi..ja!!
Muy bien escrito. Me encanta
Pues a mi me pasaba un poco igual. Realmente no tenía ni idea de cómo eran los niños, ¡así de claro!.
«Niños-seta», qué gracia! es exactamente lo que yo pensaba de los niños en general, antes de tener a los míos. Lo grande de la maternidad es que nos hace ser mejores personas, despacio, día a día. Cuánto se aprende!
Me ha gustado mucho este post, me ha hecho pensar.
Llevas mucha razón, lo que yo he aprendido en estos años, madre mía, ¡me encanta! 🙂
Pues con decirte que yo llegué a regalar el»Duérmete niño»… Y me pasé gran parte del año pasado intentando convencer a la destinataria del «regalito» de que NO lo aplicara con su segundo hijo, por muy bien que le hubiera ido con el primero.
Podríamos poner un millón de ejemplos, a mi algunos me dan hasta vergüencita! 😛
mira, hay cosas que dije esto a mi no, y ha sido no, al menos en dos ocasiones, pero supongo que en otras muchas he metido la pata hasta el fondo, pero de todo se aprende ¿no?.
Odio las tiendas más que tu hijo.
Un besote, y una tarde me llamas y nos echamos unas risas, ¿vale?
¿Odias las tiendas? ¡No puede ser! ¡Con lo relajante que es ir de tiendas! jaja
Besos, cuándo quieras!
Totalmente identificada contigo, en general me molestaban todos los niños que había en tiendas, restaurantes…. y reconozco que a los que estaban a mi alrededor les decía aquello de pero esque estos niños no tienen padres que les eduquen?, o cosas por estilo, cuando un niño no paraba quieto.
Pues por hablar yo también tengo un niño súper movido, que no para y que me imagino que molestará a mucha gente que piense como yo pensaba hasta hace bien poquito.
Seguro! Yo ahora me cruzo con gente sin hijos y les leo la mente. Luego pienso «verás dentro de unos años como te tragas tus pensamientos!!» jaja
Me alegro que vuelvas a escribir!! estaba un poco preocupada tras tus últimos posts, se te notaba agotada. bienvenida de nuevo.
Tienes muuuuucha razón en lo que cuentas. Yo empecé por el embarazo, la primera y en toda la boca.. siempre diciendo que tampoco era para tanto estar embarazada, qeu se podía hacer vida normal y qeu eso de estar cansada y con achaques era de «flojas». Pues toma toma y toma, embarazo de pena que pasé postrada en el sofá hecha polvo, vomitando sin parar, baja desde el principio y hasta el final… y así luego en todo lo demás
Sí, yo también dije que seguramente estaría al pie del cañón trabajando hasta el final y luego desde la semana 16 de baja!! Si es que Murphy está siempre al acecho 🙂
100 x 100 identificada con tu post!! Yo q despotricaba cuando en el avión me tocaban al lado niños, o en un restaurante …. Pobres madres … Ahora soy yo la que he tenido que volar con un bebe requeteactivo, por estar viviendo fuera y que en un restaurante es imposible tenerle quietecito sentado…. Y de tantos temas que ahora siendo madre me como mis palabras del pasado…
En finnnnn!!! A mi en un restaurante no me verás jajaja eso seguro!
Hola!
Debo ser la «rara» JAJAJAJA. No recuerdo haber tenido ningún pensamiento negativo al respecto. A lo mejor es por que recuerdo mucho y muy bien mi infancia y mi niñez. Mi padre no me dejaba moverme ni un milímetro, NUNCA. Recuerdo a otros niños levantándose de la mesa sin haber acabado los mayores ( concretamente en un restaurante chino que ibamos mucho toda la familia y mis primos siempre se levantaban para ver un estanque de peces que tenían y mi padre nunca me dejaba) yo me quedaba sentatida en mi silla, rodeada de adultos, sin entender de que hablaban ni que decían (obviamente tampoco se me permitía «interferir» en sus conversaciones) mirando con envidia y tristeza al resto de niños… en casa tampoco podía salir de mi cuarto. Mi padre no me dejaba estar en el salón, y mucho menos si había visitas!
Así que ahora el salón de mi casa está lleno de juguetes y cuentos infantiles, y cuando salimos me lo paso genial acompañando a mi gordito en sus exploraciones 🙂 Y si, a mi padre le está costando muchísimo acostumbrarse a esto, pero : Papi, tú ya tuviste tu turno, ahora me toca a mi 😉 <3
Mil besazos a todas!
Muchísimas gracias por compartir tu historia, me encanta que hayas superado esa infancia y ahora hagas lo que tú consideras oportuno. Bravo por ti y por tu independencia. Un abrazo!