El empujoncito
A raíz de la entrada que escribí hace unos días en la que me preguntaba por qué muchas personas parecen tener prisa por hacer mayores a sus niños, surgió en varios comentarios un concepto que no incluí ahí porque me parece una cosa distinta: lo que yo llamo el empujoncito.
El empujoncito es ese impulso que damos a los niños cuando sabemos que pueden hacer alguna cosa por si mismos y que necesitan un pequeño estímulo por nuestra parte porque, por la razón que sea, aún no se han decidido. Parte de la observación, mediante la cual llegamos a la conclusión de que pueden hacerlo, de que están preparados, y de que quizá lo único que necesitan es un extra de confianza, un refuerzo por nuestra parte. Además, lo hacemos pensando sobre todo en ellos, en la satisfacción que les va a reportar alcanzar ese logro que llevan un tiempo a puntito de conseguir.
Que yo recuerde, a mi nene le he dado dos empujoncitos en sus dos años y medio de vida.
El primero de ellos, para que disfrutara solo de los cacharritos del parque. Durante muchos meses, cuando bajábamos, el juego consistía en que le lleváramos de la mano por todas y cada una de las casitas, columpios, toboganes… No se atrevía a utilizar las rampas sin ayuda, ni los puentes, ni a escalar, ni a bajar por ningún lado. Mitad prudencia y mitad costumbre (costumbre de que siempre estuviéramos allí para ayudarle). Al principio era lógico: era pequeño, no tenía la misma habilidad que tiene ahora, los cacharritos eran algo novedoso… Pero llegó un momento en que fui plenamente consciente de que no necesitaba ninguna ayuda porque realmente tenía una estupenda habilidad que demostraba en casa y en otros entornos sin ningún problema y que realmente este tipo de juego tan dirigido por nosotros se le había quedado ya muy pequeño por edad y momento evolutivo. Decidí, entonces, que aunque costara un poco durante algunos días, teníamos que irnos retirando paulatinamente.
No fue difícil. Unos cuantos «venga, que yo sé que tu puedes» , «¡has subido tu solo!» y «yo estoy aquí mirando cómo lo haces» y en unos pocos días el niño jugaba subiendo, bajando e interactuando sin mayor problema. Ahí fue cuando realmente empezó a disfrutar del parque, a sentirse más autonómo y a intentar cosas por si mismo, pidiendo ayuda solamente cuando lo necesitaba.
El segundo empujoncito es bastante reciente y tiene que ver con el lenguaje. A principios de año reflexioné sobre el amplísimo vocabulario que tenía el niño y la razón por la cual acostumbraba a pedir muchas cosas utilizando una única palabra, cuando en realidad tenía capacidad suficiente para elaborar una frase entera. Así que empecé por explicarle que había que pedir las cosas de otra forma. Por ejemplo, en vez de decir «agua» y punto, había que decir «mamá, dame agua, por favor«. La primera tarde estuvimos quince minutos, no exagero. Como no conseguía que dijera la frase, repetimos cada palabra por separado. Pero juntas no había forma. Afortunadamente se lo tomó como un juego (porque yo estaba decidida a que no habría agua hasta que no lo pidiera): estuvimos quince minutos riéndonos hasta que conseguí que repitiera la frase, algo de lo que disfrutamos mucho los dos.
A partir de ahí, tardó poco en entender la dinámica, aunque los primeros días, el muy pillín (la cara que ponía no tenía desperdicio) lo que hacía era rellenar. Por ejemplo, decía «mamá, nana nanana nananá el agua… po favó«. El humor nunca faltó, fue una etapa muy divertida, así que yo le decía «uy, así no vale, ¡no te inventes palabras!«.
Aún a veces hay que recordarle que tiene que pedir las cosas pero son pocas ocasiones. Entendió muy rápidamente la dinámica y, coincidencia o no, aquí empezó el inicio de su lenguaje creativo. A los pocos días, empezó él solito a crear construcciones distintas de las que yo le había enseñado y, de hecho, a día de hoy, cuando te pide algo y por alguna razón le dices que no, busca la manera de enunciarlo de otra forma por si cuela.
En definitiva, el empujoncito me parece una herramienta muy útil cuando sabemos que el niño está preparado y, bien enfocado, puede hacerse de forma divertida para ambas partes.
Me ha hecho muchísima gracia, porque yo he dado tres empujoncitos a mi gorda en los últimos meses
– El primer, aprender a subirse sola al sofá.
– El segundo, bajar sola del tobogán.
– El tercero, utilizar el sí. Tomó la costumbre de repetir la palabra para indicar afirmación y precisamente el lunes estuvimos varios minutos reforzándolo, y desde entonces lo dice sin problemas.
A mi hijo el sí le costó muchísimo, yo creo que hasta los 23-24 meses nada 🙂
¡¡¡GENIAL!!!
No se de forma intuitiva o con conocimiento de la técnica, has desarrollado lo que Vygotski definió como «zona de desarrollo próximo»… Me explico:
Las personas somos capaces de hacer algo según nuestras habilidades adquiridas, pero cuando estamos en un proceso de aprendizaje, nuestro maestro/profesor/tutor/educador, se mueve un par de pasos por delante cuando nos está enseñando. Es esa pequeña distancia entre «lo que yo se hacer» y «lo que yo puedo hacer con algo de ayuda» lo que me permite crecer de forma óptima.
Así no es que esté «empujando»… sino que lo que has hecho ha sido «tirar» de tu peque y efectivamente él ha salvado una pequeña distancia que sin ayuda no sabría salvar.
¡¡Estupendo!! Bravo!!
No tenía ni idea Josevi, de que esto existía… jolín, está claro que los padres tenemos intuición, eh? jajaja Un abrazo.
Me ha gustado tu post y el comentario de Josevi! La de cosas que sabe una madre sin darse cuenta! Muas!
¿Verdad? Es increíble!!!
Pues sí que a veces necesitan ese empujoncito, porque están preparados pero les falta un pelín de seguridad para soltarse. Besos. Ah, por cierto, que ya se acerca tu parto!!!! No vas a ir a dar a luz sin avisarnos, vale? 😉
Un beso Adry.
Hola a todas, gracias por este post y por la respuesta de Josefi.
En este post no sólo nos explicas la importancia de los «empujoncitos» sino también la importancia de la presencia maternal que nos permite conocer nuestros hijos y ver cuando necesitan este «empujoncito».
Gracias por ayudarnos cada día en nuestro camino de madres.
Lily